jueves, 29 de mayo de 2008

Vigencia del pensamiento ilustrado ecuatoriano


Carlos Paladines
Mayo del 2008

De una de las corrientes más importantes del pensamiento ecuatoriano: La Ilustración, no se ha logrado aún recopilar, difundir y menos todavía editar toda su ingente producción. Obras significativas de esta corriente permanecen poco conocidas y hasta inéditas, aguardando a los exploradores que logren develar tan ricos materiales; tarea esta fundamental para aquilatar, en debida forma, a un vasto movimiento que desde sus inicios, pasando por sus momentos de esplendor, hasta su desvanecimiento, cubre prácticamente un siglo de historia del pensamiento ecuatoriano.

Nos anima en estos esfuerzos por difundir el pensamiento ecuatoriano la necesidad de ir deshaciendo la actitud de desconocimiento de lo propio que impera entre nosotros, y de modo particular acerca de sus formas de pensamiento, a pesar del interés que ellas ofrecen en sus múltiples manifestaciones; actitud esta que ha impedido alcanzar, también por esta vía, un mayor grado de autovaloración y autoconciencia, tan necesario en países como el nuestro, en que las limitaciones y los problemas no son sólo sociales, económicos o políticos sino también culturales.

El primer proceso de modernización:

A lo largo de más de dos siglos, en unas ocasiones con más intensidad que en otras, el ‘proceso de modernización’ de la República del Ecuador ha estado bajo la mira permanente de políticos, gobernantes, maestros, pensadores e historiadores.

Si de remontarse a los inicios de este proceso se tratara, la odisea de la modernización del país podría ubicarse a mediados del siglo XVIII, cuando a través de la obra de un conjunto de profesores universitarios ya claramente ilustrados, se hizo presente el reclamo por modernizar la Audiencia de Quito. Como se recalca en el Estudio Introductorio, dedicaron su atención a ello, con máxima acuciosidad y dedicación digna de encomio, autores de la talla de Juan de Velasco, Magnin, Calama, Espejo, Mejía, Simón Rodríguez, Vicente Rocafuerte, por citar algunas figuras representativas.

En tal perspectiva fue la ilustración la que sembró en tierra ecuatoriana un ideario que se alimentó del proceso de secularización o separación de la Iglesia del Estado; de la defensa de los derechos del hombre; de la exaltación de la ‘razón’, especialmente el predominio de la ‘razón instrumental’; de la valoración del Individuo y de la autonomía del sujeto y su subjetividad; del Estado de Derecho; la igualdad de las personas al menos en el plano formal o jurídico; el desarrollo de la ciencia y el método experimental y la producción industrial especializada (la división del trabajo). En pocas palabras, los ideales de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad, como respuesta al estado de retrazo y sometimiento de la época colonial.

La ciencia moderna en la Audiencia de Quito

En la tarea de constitución de la Ciencia Moderna en la Audiencia de Quito y de apertura a la nueva perspectiva cien­tífica, el movimiento ilustrado también jugó un rol protagónico. Uno de los primeros pilares constituye la obra de Juan Magnin, pero el debate que se desarrolló en los claustros universitarios son un testimonio de la ardua marcha que hubo de realizarse para que la ciencia moderna gane espacio en la Audiencia. Las tareas de los ilustrados por la expansión de los libros, la educación, la prensa y más formas de comunicación fue ejemplar. El Estudio Introductoria ofrece abundantes materiales al respecto y plantea sistemáti­ca­mente las relaciones y el debate entre cien­cia y filosofía, tanto en su ni­vel teórico como práctico. Liberación del pensamiento que se hizo sentir en las primeras décadas del S. XIX, en las dramáticas luchas por nuestra emancipación política de España.

El nuevo humanismo

También en este ámbito cobra trascen­dencia la obra del movimiento ilustrado, al constituirse en un aporte básico a la plasma­ción de un nuevo ‘humanismo’ y, en consecuencia, de una nueva visión de la vida y del cosmos, de acentuado carácter antropocéntrico.

La Ilustración ecuatoriana preparó los materiales y los espíritus necesarios para la formulación del pensamiento Independentista que supieron configurar y llevar a la práctica los próceres del Primer Grito de Independencia de América. Ella impulsó a que el hombre asuma plena y resuelta conciencia de su peculiaridad espiritual, y llegue a estimarse como independiente de la naturaleza y de toda instancia superior o suprasensible, sea ésta de carácter mágico, mítico o religioso.

Al cumplirse los doscientos años de estas heroicas conquistas que, en la teoría y en la práctica, alcanzaron los ilustrados, es hora de completar la visión que construyó la historiografía tradicional, centrada ella en la presentación y análisis del proceso político, los héroes y las batallas que el ejecito libertador llevó a cabo. En la actualidad, junto a esos avances es necesario develar el otro tipo de luchas que el movimiento ilustrado, en el plano del pensamiento, la pluma y la cultura condujo con éxito. Nuevas lecturas o enfoques en la visión y rescate del proceso independentista se hace necesario.

El proceso de Independencia de España

Pero la exhaustiva obra de los pensadores ilustrados siempre ha sido vista al interior del proceso de emancipación de España. La re­novación de los estudios de filosofía que se trató de acelerar en Quito a partir de un doble desafío: el de la filosofía moderna y el de la ciencia expe­rimental estuvo insoslayablemente ligado a las luchas de la Independencia. A par­tir de 1740, desde la cátedra, no un solo científico o pen­sador sino todo un compacto grupo de jesuitas de la Universidad de San Gregorio inició el desmoronamiento, lento pero inexorable, de caducos aspectos de la en­señanza tradicional. Al interior de este proceso, lento pero inexorable, se fue abriendo paso en la Audiencia de Quito el pensamiento autonomista y posteriormente independentista. Sus principales gestores fueron víctimas de la masacre del diez de agosto de 1810, pero sus discípulos y compañeros sobrevivientes e implementaron en las primeras constituciones y leyes como en las nacientes instituciones de la nueva República el ideario ilustrado.

Balance final

Del Ecuador que transformó el proceso independentista y que marcó con sello indeleble a la naciente república del Ecuador media al presente una distancia abismal en el tiempo: doscientos años. Pero muchas de las actuales estructuras políticas, educativas, sociales y culturales, a pesar de las reformulaciones y adaptaciones a que ha obligado el peso de los años, son básicamen­te, ayer como hoy, de corte moderno o ilustrado. La ‘herencia ilustrada’ sobrevive en nuestro entramado social, sin descontar que parte de ella fue débilmente cultivada e incluso traicionada por las tentaciones del poder y las divisiones internas de las que supieron aprovechar las fuerzas tradicionales. Tampoco se puede desconocer que que algunas de las propuestas generadas en aquel tiempo siguen siendo promesa más que realidad.

Pero más allá de los errores y limitaciones como de los éxitos y conquistas del movimiento ilustrado, ayer como hoy cabe destacar el carácter de dicho proceso, el grado de ruptura que la Revolución de Agosto llevó a cabo con el régimen anterior, ruptura que implicó la puesta en crisis, de modo radical, de paradigmas y realidades coloniales an­cestrales, duras de vencer; pero además, la instaura­ción de nuevas concepciones y estructuras políticas, educativas y culturales que se lograron implantar y sobreviven hoy transformadas en ‘legado, a pesar de las dificultades.

Situación similar se vislumbra en el presente, al iniciar un nuevo milenio, en que innumerables y agobiantes limitaciones, al igual que retos gigantescos reclaman un giro copernicano. Así, por ejemplo, hoy como hace dos siglos el sistema productivo se ha vuelto incapaz de generar nuevas fuentes de trabajo para los miles de emigrantes que abandonan el país. Es clave para el desarrollo futuro del país que su economía y empresas, públicas y privadas, se mantengan en expansión y para el efecto revisen radicalmente sus actuales estructuras que más que permitirles explorar nuevas oportunidades les están conduciendo al colapso. Igualmente, hoy como hace dos siglos, el sistema educativo ha declinado a tal grado que requiere innovaciones profundas en todos sus niveles, si se quiere alcanzar los grados de calidad y desarrollo que exige el mundo actual, las ‘sociedades del conocimiento’. También el sistema judicial, de seguridad, el político, el de vivienda y el de comunicación, por citar algunos, se han tornado obsoletos e ineficaces y requieren, con urgencia, de profundas transformaciones.

Bajo esta perspectiva, el mensaje ilustrado, no tanto en cuanto momento histórico que aconteció hace ya alrededor de doscientos años, sino más bien de dimensión humana o reto permanente por la autonomía, la igualdad y la solidaridad entre personas y pueblos, sigue siendo más un desafío que una promesa ya cumplida. Sus luces serían tan cesaría como al inicio de nuestra vida republicana.

Relevancia histórica

Finalmente, la relevancia o trascedencia histórica de un movimiento social, político y cultural de la envergadura del proceso independentista, puede ser medida por la magnitud o repercusión de su obra, por la originalidad de sus planteamientos y acciones, por su aporte a la solución de los problemas incluso de generaciones futuras, como también por el vigor de su supervivencia, como por la capacidad de superar todo género de contratiempos y obstáculos.

No se ha dado en la historia del país proceso tan exitoso y envolvente en todos los campos y dimensiones como el generado por el movimiento ilustrado, en la teoría y en la práctica. Transcurridos ya más de dos siglos desde sus primeros pasos, las ideas y planteamientos que generó, las instituciones a que dió nacimiento, las transformaciones que desencadenó, como la comovisión y valores que impulsó no han desmayado, en buena medida han logrado calar en el corazón de varias generaciones y continúan siendo un reto y desafío a concretar.

Precisamente esa nueva comovisión secular, de acentuado carácter antropocéntrico, repercutió en las dramáticas luchas por nuestra emancipación política de las primeras décadas del S. XIX, se hizo presente a todo lo largo de la revolución liberal y repercute en los actuales anhelos de cambio y días mejores.

En otras palabras, la "crítica" que instauró el movimiento ilustrado y sirvió no solo para visua­lizar con mayor claridad las deficiencias existentes en cada una de las ciencias y áreas o estructuras del régimen colonial, o para pos­tular un programa detallado de soluciones y reformas, también sirvió para levantar el nuevo temple que se requería para llevar a cabo el Primer Grito de Independencia de América, Agosto de 1809, como para construir el nuevo enfoque de la realidad toda, inédita cosmovisión que marcó en forma indeleble a la reflexión quiteña con la profun­didad de la nueva perspectiva que se había de necesi­tar para construir la naciente república.

Anotaciones formales:

No se puede en un volumen examinar en su totalidad la más sobresaliente producción del movimiento ilustrado ecuatoriano ni referirse a cada uno de las tendencias y principales pensadores, que aportaron en forma significativa para la consolidación y despliegue de tan espléndida corriente. En el presente volumen no ha sido factible más que circunscribirse a unos cuantos autores y temas de gravitación especial y esforzarse por dar a conocer sus materiales inéditos de mayor relevancia, o aquellos que por haberse editado ya hace mucho tiempo, son en la actualidad difíciles de encontrar. Trabajos de Pérez Calama, Espejo, Rodríguez, Caicedo, la Universidad de Quito, Quijano, Ante, anónimos,… se recogen en esta reedición.

En la Introducción se describe en forma panorámica el despliegue de tan vasto movimiento con sus respectivas sub-etapas, y se ubica en el interior de ellas a grupos intelectuales con sus gestores, acciones y obras más destacadas.

Esta descripción panorámica, además de ofrecer una visión de conjunto, tal vez la primera en su género, tiene también la ventaja de fijar parta futuras investigaciones un marco teórico de carácter interpretativo y señalar los materiales que deberían rescatarse y que hasta el presente no ha sido posible recoger, ya sea por dificultades de investigación propias del país o por el escaso desarrollo que ha tenido la historia de las Ideas en el Ecuador. Estamos, pues, seguros de que a los estudiosos del pensamiento ecuatoriano se les ofrece una guía para la tarea de reconstrucción de un rico pasado intelectual.

Para alcanzar esta visión omni-comprensiva del pensamiento ilustrado ecuatoriano, se ha tomado en cuenta la naturaleza del discurso filosófico o por lo menos la función o papel que juega en relación con otras formas de discurso, particularmente con el científico, el educativo o el político; instrumentos, especialmente este último, a través de los cuales se hacen presentes a su vez la demandas sociales de una época.

En esta forma se abre, para nosotros, la posibilidad de que los diferentes discursos que se generan en una sociedad, particularmente el filosófico, queden integrados a un nivel superior y se satisfaga así la búsqueda de una visión totalizadora de la realidad. Camino relativamente nuevo para la comprensión y explicación de nuestras creaciones culturales, pero que tienen además la ventaja de mostrar que la reflexión filosófica no constituye una entidad por completo autónoma o radicalmente separada del resto de la vida social; es parte de su desenvolvimiento social, educativo, político y cultural.

A partir, pues, de estos supuestos, la parte antológica presenta al movimiento ilustrado ecuatoriano en estrecha vinculación con los proyectos independentistas del la última mitad del siglo XVIII, con las luchas revolucionarias de comienzo del siglo XIX y con los planes de construcción del país a que se vieron avocados nuestros pensadores en las primeras décadas de vida republicana. Procesos, todos ellos, que permiten reconocer el aporte de la Ilustración ecuatoriana.

En otros términos se periodiza el pensamiento ilustrado en relación a la triple función que le tocó cumplir frente a una de las más gloriosas gestas de nuestro devenir histórico: la Independencia. Es decir, desde su fase de emergencia o de emancipación del pensamiento, visible, a mediados del sigo XVIII; pasando por su fase de apogeo y lucha por el poder frente al “antiguo régimen”, a finales de ese siglo y primeras décadas del siglo XIX; hasta su fase de consolidación, difusión y crisis una vez destruido ese régimen y alcanzado el poder, últimas décadas de la primera mitad del siglo XIX.

A través de este esquema de periodización también se espera superar el carácter individualista de gran parte del nuestra historiografía, que al volcarse al culto a los “héroes” y a la admiración superlativa de unos cuantos “personajes”, algunos de ellos de naturaleza casi mítica, ha terminado suplantando y olvidando a las principales fuerzas gestoras de la historia: grupos y clases, en cuyo interior dichos personajes no pierden sus debidas proporciones y en cuya matriz se tornan reales y comprensibles sus heroicidades y defectos, sus grandezas y temores, así como también sus avances y retrocesos.

Es precisamente esta compleja relación del pensamiento ilustrado ecuatoriano con el proceso independentista lo que ha conferido y le confiere permanente actualidad y vigencia. Y por eso es tarea trascendente, para el presente y el futuro, el ponerse en contacto renovado con las virtualidades de dicha corriente, y con sus limitaciones, que bien pueden estar a la base de tantos males que desde entonces y aún ahora nos aquejan.



miércoles, 21 de mayo de 2008

Elucidaciones analíticas: ¿Qué es el bien? Francisco Morales

Elucidaciones analíticas: ¿Qué es el bien?
Por: Francisco Morales

Antes que nada debemos tener claro que cuando hablamos del bien y del mal no estamos emitiendo juicios de hecho sino juicios de valor, lo cual quiere decir que no nos referimos al “ser” de las cosas, sino al “deber ser”. Aunque sea algo obvio, es de suma importancia recordar que los juicios de valor no nos dicen nada sobre la verdad o falsedad en el mundo objetivo. Es decir, el hecho de que, por ejemplo, considero “buena” o “agradable” la idea de la existencia de un Dios creador, nada me dice sobre la existencia efectiva de tal ser. La confusión entre juicios de hecho y juicios de valor suele estar detrás de la ambigüedad que posee la palabra “creer” (“yo creo en la vida después de la muerte”, en realidad lo único que quiere decir es que me gusta imaginar que existe tal cosa, pero sería ilegítimo derivar un enunciado constatativo de un juicio valorativo: “me gusta la idea de la vida después de la muerte, por lo tanto, hay vida después de la muerte” es obviamente una falacia).

Ahora bien, las palabras “bueno/malo” se encuentran entre las más equívocas de nuestro lenguaje. Es un error preguntarse por el significado del “bien” sacando a la palabra de sus usos originales en el discurso; preguntarse por el “bien”, así, sin más, fuera de contexto, es una pregunta mal planteada. Deberíamos clarificar a qué uso nos referimos cuando formulamos nuestra pregunta sobre el bien.
Consideremos los siguientes ejemplos:
1. Buen vendedor
2. Buena música

Claramente, en estos dos casos, el término “bueno” es utilizado en sentidos diferentes. Ambos deben considerarse juicios de valor, pero su connotación varía enormemente. Si analizamos el ejemplo 1, podemos resaltar una primera característica crucial que lo diferencia del ejemplo 2: cuando afirmo que tal persona es buena vendedora, no estoy afirmando simplemente que me gusta cómo vende, sino que el juicio posee pretensión de universalidad. Estoy realizando un juicio objetivo respecto del comportamiento de esa persona, lo cual quiere decir que su desempeño como vendedor tendrá ciertas consecuencias empíricamente verificables, relacionadas con determinado fin que se considera deseable.

En el caso del ejemplo 2, si bien podría también poseer pretensión de universalidad (esta música es buena no solo para mí, sino que debería serlo para todos), puede traducirse sin problemas a frases con connotación subjetiva como: “me agrada esta música”; y en este caso se trata de un juicio subjetivo (de gusto). Esto no ocurre con el ejemplo 1: si traduzco la frase “X es buen vendedor” por “me gusta el vendedor X” pierdo la conexión con las consecuencias empíricamente verificables que mencionamos antes.

Sin duda, en los usos corrientes del lenguaje solemos aplicar juicios de valor subjetivos y juicios de valor objetivos para evaluar situaciones similares, pero, puesto que el lenguaje nos permite distinguir claramente ambos tipos de juicio, si en la práctica discursiva los empleamos indistintamente, estamos utilizando mal el lenguaje.

Comparemos ahora estos dos ejemplos:
1. Buen vendedor
3. Buen hijo

Ambos son juicios de valor objetivos. La aseveración de que alguien es “buen hijo” va más allá de simplemente afirmar que tal persona me cae bien, sino que pretende prescribir las formas de un comportamiento social que se considera deseable. Esta deseabilidad supone, de manera similar al ejemplo 1, pretensión de universalidad, pues de otro modo no lo emitiríamos a modo de “deber”, sino a modo de juicio de gusto. Así pues, como afirma Tugendhat en sus Lecciones de ética, siempre que emitimos juicios morales (y todo el tiempo lo hacemos) pretendemos que son en sí mismos correctos de manera objetiva; si no fuera así, no emitiríamos juicios morales. Nunca un juicio moral es una mera cuestión subjetiva de gusto, de modo que no es honesta ninguna postura que pretenda que la moral es pura relatividad y subjetividad (sea psicológica o sociológica); como afirma Tugendhat, dicha salida “no es posible cuando nosotros mismos nos encontramos dentro de una moral e implicados en exigencias recíprocas, porque entonces ya no podríamos exigir a otros que deban ser así”[1].

No obstante, el fundamento de la objetividad parece distinto en el ejemplo 1 y en el ejemplo 3. El ejemplo 1 remite a ciertas consecuencias empíricamente verificables, mientras en el ejemplo 3 no están tan claras las consecuencias objetivas del cumplimiento del deber del “buen hijo”. Para distinguir ambos casos, vamos a llamar al ejemplo 1, juicio objetivo instrumental, y al ejemplo 3, juicio objetivo moral.

Profundicemos en las diferencias entre ambos. Cuando hablamos de un “buen vendedor”, la palabra “bueno” posee una particularidad formal: el “bien” está en relación con algo. En estos casos, el sentido relativo de la palabra bien, como lo explica Wittgenstein en su Conferencia sobre ética, significa que lo bueno solo tiene sentido en función de un propósito previamente fijado, se es “bueno para…”. Esto es claro en frases como “buen vendedor”, que pueden traducirse a proposiciones condicionales con función informativa: “si soy buen vendedor, haré dinero”, que también puede entenderse de la siguiente manera: “si quiero hacer dinero, debo ser buen vendedor”. Vemos, pues, que, dado que lo “bueno” es siempre un medio para un fin, este fin proviene de un querer, el cual, una vez presupuesto, entra en conexión con un deber instrumental: “si quiero x, debo hacer y”.

Según Wittgenstein, frases como “buen hijo” contienen, en cambio, un “sentido absoluto” del bien, en oposición al “sentido relativo”, que mencionamos antes. ¿Es esto cierto? Ensayemos el ejercicio de traducir los juicios morales a una proposición condicional. Cuando formulamos la frase: “si soy buen hijo…”, ¿nos es lícito pensar en posibles efectos positivos, los cuales probablemente deseamos lograr con este comportamiento llamado “bueno”? Si fuera así, nos diría Kant, no estaríamos tratando con un verdadero comportamiento moral, pues el bien moral no busca alcanzar otro fin distinto al bien en sí mismo. Pero, debemos preguntarnos si en los usos del lenguaje los juicios morales realmente no presuponen algún otro fin, y si tiene algún sentido hablar de un bien moral absoluto, como pretende Kant.

La verdad es que los juicios morales se realizan en contextos de interacción social, y lo que ellos siempre definen es cómo debe comportarse un individuo que forma parte de determinada comunidad. En realidad, como lo explica Tugendhat, en los juicios morales el deber sí está relacionado con un querer, aunque no lo expresemos explícitamente. En contra de las apariencias, un “buen hijo”, o una “buena persona”, un “buen comportamiento”, etc. no son fines en sí mismos, sino que son medios para lograr determinada forma de interacción social que se considera deseable. Y, como veremos, ningún intento de fundamentación de la moral puede ir más allá de estos límites.

Así pues, en oposición al contraste que propone Wittgenstein entre el sentido relativo y el sentido absoluto del bien, en realidad no hay tanta diferencia entre un juicio instrumental como “buen vendedor” y un juicio moral como “buen hijo”. Claro está, en términos materiales, los orígenes del querer son muy distintos.

Comparemos estos dos ejemplos:
a. Es malo fumar
b. Es malo robar
La forma gramatical es idéntica, pero con seguridad intuiremos que el origen del “mal” es de alguna manera distinto en ambos casos. ¿En qué consiste la diferencia? Para aclarar esta intuición algo vaga, podemos hacer un ejercicio de justificación. Imaginemos el siguiente diálogo para el ejemplo a:
—¿Por qué es malo fumar?
—Porque es malo para la salud.
—¿Qué significa que sea malo para la salud?
—Produce enfermedades.
—¿Y qué con eso?
—Que si no quieres tener ciertas enfermedades, no debes fumar.

Este condicional es la parte crucial de la justificación. Por supuesto, podría fundamentarse en expresiones constatativas del tipo: “fumar aumenta las probabilidades de contraer tales y tales enfermedades”, proposiciones cuyo contenido depende de investigaciones empíricas (por supuesto, siempre abiertas a discusión).

Lo realmente importante es cuáles son las condiciones para que el juicio instrumental pueda ser aceptado. Todo condicional posee una pretensión de universalidad, pero el juicio “es malo fumar”, traducido a “no debo fumar”, por simple Modus Ponens, solo se aplica si es que se cumple el antecedente: “no quiero tener ciertas enfermedades”. Hipotéticamente, si alguien decidiera que quiere adquirirlas, ya no existiría para esa persona obligación alguna.

¿Qué ocurre si intentamos justificar la frase b: “es malo robar”? Si hacemos el ejercicio nos encontraremos finalmente con razonamientos circulares. “¿Por qué es malo robar?” probablemente no recibirá una respuesta muy lejana de: “porque robar es malo (y punto)”. Esto podría inclinarnos a favor de la postura kantiana de que los juicios morales son imperativos categóricos y no imperativos hipotéticos, es decir, indican fines en sí mismos y no podemos formularlos como condicionales. Sin embargo, como señalamos antes, dado que los juicios morales están subordinados a determinadas formas de interacción social que se consideran deseables, sí podríamos formular una respuesta redactada como condicional, a saber:
“Si quieres una sociedad en la que se respete la propiedad, no debes robar”.

En apariencia, esta respuesta sigue siendo redundante (no robar es lo mismo que respetar la propiedad), pero solo en apariencia. La frase no dice “si quieres que respeten tu propiedad, no debes robar”, pues este imperativo carecería de sentido: si lo que estuviera en cuestión no fuera más que mi propio interés, no existiría realmente motivo para justificar el deber de no robar (más bien, me conviene robar siempre que no existan consecuencias y siempre que los otros no me hagan lo mismo a mí). En los juicios morales, de lo que se trata no es de cómo quiero que sea mi vida, no de cómo debo servir mis intereses individuales, sino de determinada concepción sobre la sociedad que deseamos, es decir, cómo concebimos que la sociedad en la que vivimos deba ser. Así pues, la fundamentación última de los juicios morales siempre será un valor moral, que consiste en un ideal de interacciones sociales deseables.

En el ejemplo que analizábamos, el deber de no robar se fundamenta en una constatación lógica que afirma que el requisito para que una sociedad en la que se respete la propiedad exista es que nadie robe bajo circunstancia alguna. Estamos en esto bastante cercanos a Kant: el deber se fundamenta en la idea de un imperativo que se deduce formalmente de las condiciones para su aplicación con validez universal. No obstante, nos alejamos de Kant en el sentido de que no consideramos posible que el deber sea a priori, y, por tanto, meramente formal, pues el deber necesita contar con un contenido, y éste proviene del valor moral, el cual, a su vez, proviene de determinado ideal deseado.

Ahora bien, todo deber moral implicará una obligación formal de universalidad, sin embargo, de distintos valores morales se deducirán distintos contenidos de deber moral. Esto significa que no es posible una moral de contenidos universales, solamente juicios morales aplicables universalmente para todos aquellos que compartan los mismos valores morales. Así, de modo similar al supuesto del individuo que no está interesado en evitar las enfermedades producidas por el hábito de fumar, el individuo que no comparte el ideal de una sociedad en la que se respete la propiedad, no aceptará la obligación de no robar.

La pregunta es ahora, ¿en qué se fundamentan los valores morales? La respuesta a esta pregunta no puede hacerse de manera puramente formal, como hemos trabajado hasta aquí, sino que debe partir de las condiciones sociológicas e históricas en la que distintos individuos y distintas comunidades adoptan determinados valores morales. Esto rebasa, sin embargo, el alcance de estas elucidaciones analíticas. En todo caso, para evitar malentendidos, mencionemos rápidamente un par de cuestiones sociológicas relacionadas con el origen de los valores morales.
Es verdad que, como hemos dicho, no existen fundamentos a priori para la moral, dado que el deber moral depende finalmente de valores morales, los cuales pueden variar entre individuos y entre sociedades. No existe, pues, una moral universal a priori. Pero, a partir de esta constatación no debería pretenderse llegar, de ninguna manera, a conclusiones relacionadas con un relativismo moral extremo ni tampoco a un comunitarismo radical. Si imaginamos teóricamente a sociedades simples con homogeneidad de valores, todos los individuos pertenecientes a esa comunidad compartirán todos los valores morales, es decir, tendrán exactamente la misma concepción sobre la sociedad deseable en todos sus aspectos posibles. Pero mientras más compleja sea una sociedad, poseerá ámbitos diferenciados de interacción y, por lo tanto, habrá mayor posibilidad de valores diferenciados que incluso puedan llegar a ser incompatibles entre sí. Asimismo, la complejidad de la sociedad implicará una mayor variedad entre individuos, y mayor probabilidad de desacuerdo en sus concepciones sobre el deber ser de la sociedad.

En el tipo ideal de una sociedad con homogeneidad de valores, la concepción moral de los individuos será idéntica a la concepción moral de su comunidad, y el “buen comportamiento” estará determinado unívocamente por la aceptación o rechazo por parte del grupo. En cambio, en el tipo ideal de una sociedad con diferenciación interna, existirán muchos valores morales relativos a la concepción de la “buena sociedad”, y existirá la posibilidad de que el comportamiento moral del individuo se base exclusivamente en las consecuencias racionales de determinado valor, e independientemente de la aceptación o rechazo por parte del grupo.

Mencionemos, finalmente, que la condición histórica desde la cual nosotros realizamos nuestros juicios morales se acerca más al segundo tipo de sociedad. La condición de las posturas éticas en el mundo moderno se resume perfectamente en la siguiente reflexión de Max Weber: “Todo el que vive en el “mundo” no puede experimentar nada más que la lucha entre un cierto número de conjuntos de valores, cada uno de los cuales, si se le ve por separado, parece obligatorio. Debe escoger cuál de estos dioses desea y deberá servir, y cuándo servirá a uno o al otro”[2].

[1] E. Tugendhat, Problemas, Gedisa, Barcelona, 2002, p. 107.
[2] Citado en Marianne Weber, Biografía de Max Weber, FCE, México, 1995, p. 130

miércoles, 14 de mayo de 2008

EL LENGUAJE COMO MÍSTICA, MITO Y ÉTICA Por Wladimir Sierra

EL LENGUAJE COMO MÍSTICA, MITO Y ÉTICA
Con Benjamin y Arguedas hacia la normatividad social[1]

A Bea

¿Qué tan próximo puede estar el pensamiento de un filósofo judeo-alemán con el de un literato andino-americano? Ésta es la pregunta que anima este ensayo. Creemos que a pesar de la distancia histórico-cultural que separa la producción de Walter Benjamin de la de José María Arguedas, sus concepciones sobre el lenguaje terminan siendo complementarias. Las formulaciones hechas por Benjamin en Sobre el lenguaje en general y el lenguaje humano inspiradas en la mística judía se complementan con las que nos dejara el pensamiento mítico de Arguedas en Los ríos profundos. Explorar las posibilidades de recuperación de postulados inquietantes respecto a la filosofía contemporánea del lenguaje es el reto que nos proponemos.

El texto, en su primera parte reconstruye las tesis principales formuladas por Walter Benjamin en su ensayo de juventud; en un segundo momento transformaremos en postulados filosóficos las ideas que sobre el lenguaje se encuentran en la poética arguediana, finalmente trataremos de complementar estos dos pensamientos y desde ahí proponer una crítica a la filosofía contemporánea del lenguaje que desemboque en los prolegómenos de una ética con base en la historicidad lingüística.

EL LENGUAJE COMO ESPIRITUALIDAD DEL SER

Conocida es la influencia que la mística judaica ejerció sobre el pensamiento del filósofo germano W. Benjamin, curiosa es, por ejemplo, la fusión que se produce entre misticismo y materialismo histórico en su célebre texto Sobre el concepto de historia. Sin embargo, creemos que donde de modo más diáfano se da la unidad entre el logos occidental y la mística judía es precisamente en el ensayo Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje del hombre (1916). A continuación trataremos de separar analíticamente las tesis principales que articulan este ensayo.

La primera tesis con que se abre el texto nos dice que el lenguaje no es reducible al lenguaje humano hablado, sino que “cada expresión de la vida espiritual del hombre puede ser entendida como un tipo de lenguaje” (30). Así toda actividad humana no fonética también es una forma de expresión lingüística. No se trata solo de las actividades pragmático-humanas como el comer o el caminar, sino también de los productos del trabajo humano, por ejemplo, la urbanidad[2]. Benjamin lo formula de este modo: “Toda comunicación del contenido espiritual es lenguaje”. (30)

La segunda tesis, no obstante, da el salto místico dentro de la comprensión del lenguaje. No solo aquello que tiene que ver con lo humano posee su propio lenguaje, sino que el lenguaje es común a todo lo existente. “No hay ningún acontecimiento o cosa -escribe- ni en la naturaleza viva o muerta que no participe de algún modo del lenguaje, pues a todas les es esencial comunicar su parte espiritual”. (30) Pero no se trata de que las cosas para tener existencia requieran del artilugio lingüístico humano, no es un antropologismo o un antropomorfismo lingüístico, sino que el ser mismo está constituido liguístico-espiritualmente. Esto va a probarse en las tesis posteriores.

La tercera tesis afirma que el lenguaje se funda en el espíritu pero el espíritu no puede presentarse sino a través del lenguaje. Lo espiritual tiene su expresión y su existencia óntica en el lenguaje, en la capacidad de ser comunicado. Sin embargo, lo espiritual rebasa lo lingüístico, este último solo es su forma de manifestación particular.

La cuarta tesis establece el fundamento místico del lenguaje: las palabras no expresan cosas sino transmiten la esencia lingüística de éstas, no es lo mismo la esencia espiritual de una cosa que su esencia lingüística. Lo lingüístico hace alusión al logos, a la razón lingüística humana; lo espiritual, en cambio, refiere a la pertenencia ontológica de las cosas. En relación al ser, la esencia de la cosa es espiritual, en cuanto al hombre esta esencia deviene lengua. Leamos a Benjamín:

Qué comunica el lenguaje, él comunica su esencia espiritual. Es fundamental saber que esa esencia espiritual se transmite en el lenguaje y no a través del lenguaje (….) La esencia espiritual es idéntica a la esencia lingüística solo en tanto es comunicable. Lo que es comunicable de un ser espiritual es su esencia lingüística. (31, 32)

La esencia espiritual de los entes se transmite hacia su exterioridad como esencia lingüística, no se debe confundir la esencia lingüística de los entes con el lenguaje humano, esencia lingüística de los entes significa su capacidad expresivo-comunicativa, de ahí la afirmación tajante de Benjamin: “Todo lenguaje se comunica a sí mismo” (32).

El lenguaje del ser humano es una de las formas expresivo-comunicativas de los entes. En el lenguaje humano se comunica la esencia lingüística del hombre esto significa que “el hombre comunica su propia esencia espiritual en su lenguaje” (33) Como se ve, solo en el ser humano la esencia lingüística coincide con su esencia espiritual, por cuanto el lenguaje del hombre es nominativo y está articulado en palabras; “la esencia lingüística del hombre es, por tanto, el nominar las cosas.” (33)

De esta última afirmación se desprende la quinta tesis: el lenguaje que nombra no es igual al lenguaje en general. El lenguaje que nombra es el humano, el lenguaje que expresa es el de los entes. La lámpara comunica su esencia lingüística, el hombre la nombra, si ella no comunicase su esencia lingüística el hombre no podría nombrarla. En el nombrar la lámpara el hombre comunica su esencia lingüística y espiritual.

Pero en el nombrar las cosas el hombre comunica su esencia espiritual porque “en los nombres se comunica la esencia espiritual del hombre con Dios” (34). De ahí que el lenguaje humano es el único que puede comunicar en sí mismo la totalidad de la esencia espiritual del hombre. Esa esencia espiritual es el nombrar las esencias lingüísticas de las cosas.

La creación divina se completa, en tanto las cosas en el hombre conservan sus nombres, desde el cual el lenguaje habla en nombres. Se puede señalar a los nombres como el lenguaje de la lengua. (35)

En los nombres se encuentra la esencia espiritual de las cosas en cuanto parte comunicativa con la esencia espiritual del hombre, por eso el lenguaje humano es el espacio de expresividad de las esencias espirituales de las cosas, de lo único espiritual que puede ser comunicado.

Finalmente, el origen de la espiritualidad, de la esencia espiritual de las cosas, es dada por Dios en el acto de la creación, ésta es la sexta tesis. La palabra divina (das Wort) funda espiritualmente -en el momento de su enunciación- la esencialidad de las cosas. Las cosas poseen esencia espiritual porque son creaciones divinas, en su espiritualidad las cosas pertenecen a la divinidad.

El ser humano, único ente no creado por la palabra, sino del barro, es dotado con la capacidad de nombrar, con lenguaje oral. En el nombrar las cosas el hombre recupera de ellas su esencia lingüística, la parte espiritual que puede ser traducida al lenguaje humano. Éste, como queda claro, no atrapa la totalidad de la espiritualidad de la cosa, sino solo aquello pronunciable: su esencia lingüística. Benjamin afirma: “En los nombres no queda la palabra de Dios como creadora, queda recogida en una parte, aunque sea recogida lingüísticamente.” (41)

La divinidad, la palabra de Dios, su esencia, se conecta de modo deficiente con el ser humano en su lenguaje. En la lengua humana, a través de las esencialidades lingüísticas de las cosas, se transite parte de la esencia divina. La palabra divina deviene nombre en el lenguaje humano y entre la palabra y el nombre pende la esencialidad espiritual y lingüística de las cosas, vale decir, la creación toda. El nombre propio es lo común del hombre con la palabra creadora de Dios. (41)

La deficiencia del lenguaje humano -el lenguaje que nombra- es reconstruida por Benjamin desde la conmoción significativa que nos causó la expulsión del paraíso. Dentro del Edén, afirma Benjamin, la palabra de Dios se mostraba de modo diáfano a los seres humanos, la violación del mandato divino condenó, al ser humano, al oscurecimiento de la palabra divina, a la incapacidad de ser atrapada en su totalidad, de ahí que no solo el trabajo es producto de la expulsión del paraíso, sino sobre todo la necesidad humana del conocimiento. Leamos a Benjamín:

El pecado es el momento del nacimiento de la palabra humana, en la cual en nombre ya no vive sin ser violentado, el cual salió del lenguaje de los nombres, del conocimiento, se puede decir, de su propia magia, para volverse desde afuera igualmente mágico. La palabra debe comunicar algo (fuera de sí misma). Eso es en verdad el pecado del espíritu de la lengua. (44)

Producida -para los hombres- la fractura entre palabra divina y esencialidad espiritual de las cosas, éstos van a tener que, a través del conocimiento, posibilitarse reestablecer el contacto con la divinidad, conocer es nombrar, vale decir, recuperar limitadamente la esencialidad divina en la esencia lingüística de las cosas.

***

Resumiendo podemos señalar que para Benjamin el ser se funda ontológicamente en la palabra divina y que su reconstrucción -la del ser- se da de modo parcial a través del lenguaje que nombra, es decir, a través del lenguaje humano. Esta afirmación abre un abismo cognoscitivo de carácter místico, sin con esto caer en ningún agnosticismo, la coincidencia parcial entre palabra (Dios) y nombre (ser humano) asegura la pertenencia de todos los entes al ser y funda su existencia en la espiritualidad. En el tercer punto volveremos sobre las consecuencias filosóficas de esta postura.


EL LENGUAJE COMO MATERIALIDAD DEL SER

A pesar de que en las intenciones de José María Arguedas nunca estuvo esbozar cierta filosofía andina, ni tampoco formular alguna teoría sobre el lenguaje, en su poética se encuentran muchos elementos que, previa sistematización, nos pueden llevar a la formulación de nociones extremadamente interesantes sobre el lenguaje y el ser, vale decir, a pensar en una filosofía del lenguaje.

La visión que sobre el lenguaje se extrae de la literatura arguediana tiene un fuerte trasfondo mítico. Parte de su literatura, especialmente Los ríos profundos, está dedicada a la reconstrucción del mundo simbólico de las comunidades agrarias andinas. En otro lugar tratamos de explicar la relación que entre luminosidad y sonoridad se da en la articulación del ser en la concepción arguediana[3]. Por necesidades propias de este ensayo trataremos de topar solo las tesis referentes a la sonoridad, advirtiendo, sin embargo, que esta reducción compromete la totalidad de la reflexión del peruano. Además es pertinente recordar, como será notorio, que en las citas de las obras de Arguedas se constatará su pertenencia a la literatura, sin embargo, intentemos no tomarlas como metáforas, sino como postulados propios de un mundo mítico.

Seguidamente señalaremos las tesis principales que sobre el lenguaje se pueden extraer de la poética de Arguedas.

Para Arguedas el ser humano está dotado de lenguaje como lo están todos los seres del cosmos, entendiendo por seres del cosmos tanto los que solemos llamar animados, como también los inanimados. A diferencia de Benjamin, los lenguajes de estos últimos, para Arguedas, son sonoros, lo que supone que los seres naturales se hallan en constante sonoridad y el ser humano como todos los seres también se halla sonando. El hombre, queda claro, no tiene ningún privilegio sobre los otros seres. Así, refiriéndose a ciertas sonoridades Arguedas nos dice: “El Papachada brama en el silencio; el ruido de sus aguas se extienden como otro universo en el universo, y bajo esa superficie se puede oír a los insectos, aún el salto de las langostas entre los arbustos”. (139) Queda claro, pues, que el río como también los insectos y las langostas poseen sus propios lenguajes, todos éstos -el humano incluido- se desplazan en el silencio.

El lenguaje humano está constituido para Arguedas de los sonidos de los otros seres del cosmos. Pero no porque éste los nombre, sino porque el sonido de estos seres fluye a través de la boca de los hombres, el lenguaje humano es, pues, acumulación de la sonoridad de los seres del cosmos y nada más. Arguedas lo relata de este modo: la tuya “no sube a las regiones frías. Su canto trasmite los secretos de los valles profundos. Los hombres del Perú, desde su origen, han compuesto música, oyéndola, viéndola cruzar el espacio, bajo las montañas y las nubes que en ninguna otra región del mundo son tan extremas. ¡Tuya, tuya! Mientras oía su canto, que es, seguramente, la materia de que estoy hecho, la difusa región de donde me arrancaron para lanzarme entre los hombres …” (145)

En la poética de Arguedas se desgaja la pertenencia del ser del hombre a la sonoridad de los otros seres naturales. La esencia del ser del hombre -como también de los otros seres- son las sonoridades cósmicas, y ésta es la difusa región de donde me arrancaron, el arché griego.


Del mismo modo, el lenguaje de cualquiera de los seres es exterioridad de los sonidos de los otros seres. En los sonidos de cualquier ser se hacen presentes los sonidos de los otros seres. Notemos, en esta cita, cómo el lenguaje humano aparece en los otros lenguajes: “la voz aguda de las mujeres … como una llamarada que alcanza las cumbres heladas de las montañas y envuelve el cielo, la llanura y los ríos. Nada en el horizonte queda sin que le haya tocado ese coro.” (I, M, S. 190) No es pues ni uno de los seres, ni tampoco el hombre el origen de la sonoridad. Todas ellas pueden expresarse por cualquiera de los seres que pueblan el cosmos sonoro. El ser es por eso ciclicidad sonora.

El sonido posee significación y esta significación es inseparable de su ubicación y de su vibración sentimental. Los sonidos de cualquiera de los entes del cosmos lleva en su sonoridad su significación, vale decir, su esencia como existente, sin embargo, esta esencia no es autónoma sino que va determinada por el campo sonoro al que se pertenece, o más bien, por el espacio de la sonoridad donde se ubica, su existir es siempre un existir con los otros y a través de éstos con el todo. “El canto del zumbayllu se interna en el oído, aviva en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos” (45) El Zumbayllu puede avivar la memoria porque su terminación -yllu- está inscrita en un campo sonoro propio: de aquellos objetos que producen un tipo específico de música.[4]

Por otro lado, la significación compromete siempre emoción y sensibilidad, el sonido de los seres es sonido emotivo y sensible. Sonar significa transmitir ubicación sonoro-sensible, el sonido nos ubica en campos de existencia emotiva. “Los waynos más dulces, los cantos de amor más apasionados y los más tristes (…) fueron hechos por la tuya.” (I.M.S. 154) O en otra parte: La voz del río, confundido, en el canto que es su fruto más verdadero, su entraña, su imán viviente, su voz humana, cargada de dolor y de furia, mejor y más poderosa que su propia voz del río, río gigante que clavó mil leguas de abismos en la roca dura.” (I.M.S. 155) De este modo se hace extensible el carácter sensible y sobre todo emotivo del sonido a todos los seres del cosmos, así como la voz humana puede transmitir en su tonalidad emociones, también la voz del río de la tuya pueden transmitir emotividad.

El sonido finalmente nos proporciona dimensión histórica, vale decir, pertenencia temporal. El sonido nos ubica en la distancia de la temporalidad, en los tiempos que propician la existencia de ciertas sonoridades. Los sonidos no se encuentran produciéndose incesantemente, sino que su aparecer constante depende de condiciones determinadas en que se presentan los seres. Veámoslo:

… mi padre decidía irse de un pueblo a otro, cuando las montañas los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando el detalle del pueblo comenzaba a formar parte de la memoria. A mi padre le gustaba oír huaynos; no sabía cantar, bailaba mal, pero recordaba a qué pueblo, a qué comunidad, a qué valle pertenecía tal o cual canto”. (57)

La sonoridad es producida en condiciones especiales de existencia, de ahí que ciertos sonidos nos re-ubican en esas condiciones, en ese tiempo histórico. Las seres y las condiciones que produjeron cierta sonoridad pueden no estar presentes (momentáneamente) pero su sonoridad queda grabada en las sonoridades de los otros seres, y cuando ésta se expresa hace presente nuevamente las condiciones fundantes.

***

Para Arguedas, entonces, el fundamento del ser de los entes es la sonoridad. Esta sonoridad es absolutamente material, nace de la misma materialidad de estos entes, porque la materialidad es sonora, sin embargo, no se trata de una sola materialidad, sino de muchas materialidades agrupadas en campos de sonoridad y conectadas a través de su presencia en la sonoridad -la lengua- de los otros seres. Arguedas nos propone una multi-onto-fonología, es decir una pluralidad de campos fundados en sus propias sonoridades en constante movilidad.


EL LENGUAJE COMO HISTORICIDAD DEL SER: OTRO TIPO DE ONTO-ÉTICA LINGÜÍSTICA

A pesar de sus diferencias, tanto la propuesta filosófica de Benjamin cuanto la postura literaria de Arguedas fundamentan el lenguaje en un más allá lingüístico. El primero lo hace en la palabra divina, el segundo en la sonoridad material. Ambos soportan la fortaleza y perennidad del lenguaje en un origen trascendente y absoluto, para ellos los seres humanos -y todos los otros seres existentes- fundan su ser desde la apropiación de un trascendente lingüístico. Ambos nos ponen sobre el supuesto de una fono-ontología, material para el uno, divina para el otro.

Nuestro propósito es recuperar, en las siguientes líneas, la tesis principal de estos autores sin recaer en la necesidad metafísica de fundamentar el lenguaje desde un más allá humano, pero manteniendo su dimensión trascendental. Sobre esta recuperación intentaremos montar algunas líneas argumentales de una posible ética histórico-lingüística.

Arguedas y Benjamín tienen claro en sus textos que el lenguaje en su ejecución, es decir, en el habla nos conecta con un espacio trascendente: para el uno religioso, para el otro mítico. Ese más allá del habla nos obliga a mantener con ella una relación de sub-ordinación ontológica, nos abre hacia el respeto de la lengua porque esta nos trasciende, determina y constituye existencialmente. En la práctica lingüística los seres humanos accedemos, por un lado, a la comunión con el ser y, por el otro, a nuestra afirmación trascendental.

El desarrollo de las teorías lingüísticas y de la filosofía del lenguaje, en un dialogar profundo con la racionalización moderna fueron minando de a poco el supuesto trascendental ontológico de la lengua y transformando a ésta en pura inmanencia humana. En la visión actual la lengua no nos conecta ni con la divinidad ni con la naturaleza, nuestros lenguajes no son pues el resultado de ninguna expresividad trascendental, sino, por el contrario, creación contextual de determinados grupos humanos. El lenguaje devino, entonces, instrumento de comunicación y nada más, destruyendo de este modo su carácter ontológico determinante.

¿Es posible, sobre los resultados de la racionalización moderna, recuperar este carácter sin recaer en la metafísica? Creemos que sí. El supuesto trascendental del lenguaje no solo puede estar en la mística religiosa o en la naturaleza mitificada, sino sobre todo -y desde la Modernidad- en la misma historia humana. El lenguaje no es trascendente por ser creación histórica humana, sino porque la historia de la lengua (la historia humana) nos trasciende en tanto individuos y en tanto historias sociales determinadas. El lenguaje es nuestra conexión con un más allá que desde nuestra inmanencia física nos queda superado fácticamente. De ahí que sea el habla humana el único puente con nuestra propia historicidad.

El lenguaje es el medio que nos permite nacer como seres simbólicos. Es a través de su apropiación que los seres humanos nos ubicamos en la estructura simbólica de una época dada. Sin embargo, el lenguaje no pertenece solo a esa época, sino que es sedimentación de la historia humana acumulada. Todas las lenguas concentran y llevan en sí la historia humana, en cada expresión que se actualiza en el habla diaria desde el presente aparece el legado de muchas generaciones. Desde ahí el lenguaje es trascendental, en el habla, más allá de nuestra individualidad y de la contingencia epocal, toda la historia humana se expresa.

El lenguaje nos trasciende y nos determina porque a través de él se hace presente el-ya-no-estar de muchas -quizá de todas- las experiencias humanas. En su actualización los seres humanos y las sociedades presentes traen a sonoridad toda la riqueza de la historia pasada; en el habla cotidiana reaparecen, codificadas como lenguas, miles de relaciones que fueron configurando y construyendo la historia humana.

La historia humana, nuestro real trascendente, queda para nosotros codificada como lenguaje y en cada enunciado de toda lengua los seres humanos nos apropiamos de nuestra historia al mismo tiempo que nos constituimos como tales.

***

Comprendido el carácter histórico-trascendental del lenguaje, éste se convierte en el horizonte y reservorio de sedimentación de las culturas humanas y en el espacio de actualización de este horizonte.

Estar frente al lenguaje es estar frente a la historia humana como único trascendente. Horizonte desde donde naturaleza y divinidad, entre muchas otras cosas, cobran significación, estar en el lenguaje es estar en el más allá histórico que nos fundamenta y desde ahí queremos abrir una posibilidad ética.

Estamos en el lenguaje cuando hablamos, estamos frente al lenguaje cuando escuchamos. Los dos modos son trascendentes, sin embargo, esta trascendencia aparece de manera diáfana cuando estamos frente al lenguaje, cuando entramos en diálogo, cuando enfrentamos a otro ser humano que nos invita hacia el lenguaje. En ese otro ser humano el lenguaje se despliega como trascendencia histórica humana y nos introduce en la recuperación de ese más allá, nos vuelve trascendentes a nuestra individualidad y a nuestra propia época.

El ser humano que nos abre hacia el lenguaje se vuelve trascendente porque a través de su voz se actualiza la historia humana. Es en el reconocimiento de esa trascendencia vivificada en el habla del otro el lugar de aparecimiento del momento ético. El acto ético se construye en el respeto absoluto a ese ser humano que me abre a la dimensión histórica, en el respeto a mi concreción como humanidad determinada por la apertura lingüística de historia[5]. La totalidad histórica concentrada en la expresión lingüística se nos da siempre en su modo concreto, en la enunciación de otro lingüístico determinada por una práctica vital humana, en esa concreción se abre el puente hacia la recuperación de la historia humana.

Desde esta perspectiva, el otro del habla se convierte en la única posibilidad de mi realización como ser humano, en la condición indispensable de mi existencia histórico- cultural. El respeto al otro de la comunicación no solo implica el respeto a la historia concentrada en su habla, sino y sobre todo a la posibilidad de mi realización como ser humano. Violentar, desconocer al otro comunicativo es violentar y desconocer a la historia humana y a través de ella violentarme y desconocerme.

La ética pues está fundamentada en el trascendente histórico-lingüístico que representa todo ser humano. La ética es el respeto, la consideración y el mantenimiento del otro porque a través y en ese otro se despliega la historia humana, historia que me constituye y me determina como existente cultural. La ética deviene ontología relacional, solo el respeto y la pervivencia del otro comunicativo me permite configurarme como ser social, mi condición humana me exige el respeto al otro de la comunicación, al otro de la apertura lingüístico-histórica.

¿Qué sucede si violentamos al otro comunicativo y a través de este a nosotros mismos, qué pasa, entonces, si no actuamos éticamente? La violencia sobre el otro de la comunicación se puede dar de dos modos: 1) cuando desconocemos intencionalmente en sus enunciaciones la validez semántica o pragmática que pretende comunicarnos y, 2) cuando no otorgamos a ese otro la totalidad de la riqueza acumulada en la lengua determinada para cada época.

El desconocimiento sostenido de la intencionalidad lingüística del otro determinado por causas estratégicas (en el sentido habermasiano) provoca, en él, la erosión de la continuidad con el legado histórico expresada en el vaciamiento parcial del nivel semántico y/o pragmático. Pero como la recuperación de mi propia historicidad me es abierta por ese otro comunicativo, ella misma se ve afectada y llevada a su desconstitución. De ahí que en la violencia del habla del otro de la comunicación se funda la imposibilidad de mi propia realización como ser humano.

La restricción de cualquier ser humano a la adquisición plena del lenguaje ocasionada sobre todo por desigualdades e injusticias sociales, se revierte en formas de socialización comunicativa deficientes. No adquirir lenguaje de modo pleno es idéntico a no convertirse en ser humano de modo pleno, la deficiencia lingüística es deficiencia en la apropiación de la historia humana. Mientras más individuos en una sociedad posean formas deficientes de apropiación lingüística menor será el nivel de humanización de esa misma sociedad y menor serán las posibilidades de conexión con la historia que determina su grado de humanidad.

El comportamiento ético correcto, entonces, no aparece como una opción a ser considerada en nuestras relaciones socio-comunicativas, sino como un imperativo que nos obliga a respetar al otro lingüístico so pena de perder nuestra única posibilidad de humanizarnos. El respeto al otro es el fundamento necesario de nuestro propio respeto y de nuestra propia humanización.





BIBLIOGRAFÍA

ARGUEDAS, José María, Los ríos profundos, Ed. Oveja Negra, Bogotá, 1985.
ARGUEDAS, José María, Indios, mestizos y señores, Editorial Horizonte, Lima, 1985.
BENJAMIN, Walter, Sprache und Geschichte, Reclam Verlag, Ditzingen, 1995.
[1] Este texto es el desarrollo de una exposición libre hecha al interior de un círculo de estudiantes latinoamericanos a mediados de 2002 en la ciudad de Berlín. El deseo de algunos de ellos que se transforme en un ensayo escrito tuvo que esperar 4 años. El texto va dedicado a la querida Beatriz Pantin quien animara estos encuentros en su propia casa.
[2] Desde aquí se vuelve comprensible por qué Benjamín pretende reconstruir la historia del capitalismo europeo desde el análisis (semiótico diríamos hoy) de los Pasajes de París. En los productos humanos está contenida -cifrada lingüísticamente- la historia que los produjo.
[3] Véase: Sierra, Wladimir, Heterogeneidad Estructural: http://www.diss.fu-berlin.de/2002/109/
[4] La terminación quechua yllu es una onomatopeya. Yllu representa en una de sus formas la música que producen las pequeñas alas en vuelo; música que surge del movimiento de objetos leves.
[5] Desde la perspectiva de Benjamin y Arguedas el acto ético tendría que estar fundamentado en el respeto a Dios y a la Naturaleza como origen creador.

viernes, 9 de mayo de 2008

Contingencia, ironía y solidaridad: Resumen

Contingencia, ironía y solidaridad
de Richard Rorty

Resumen y notas adicionales
Felipe Ponce C.
08/01/08

Introducción
Párrafos claves

Este libro intenta mostrar el aspecto que cobran las cosas si excluimos la exigencia de una teoría que unifique lo público y lo privado y nos contentamos con tratar las exigencias entre creación de sí mismo y de solidaridad humana como igualmente válidas, aunque definitivamente inconmensurables. Traza la figura de lo que yo llamo ironista liberal.

Tomo mi definición de Judith Shklar, quién dice que los liberales son personas que piensan que los actos de crueldad son lo peor que se puede hacer. Empleo el término “ironista” para designar a esas personas que reconocen la contingencia de sus creencias y de sus deseos fundamentales: personas lo bastante historicistas y nominalistas para haber abandonado la idea de que esas creencias y esos deseos fundamentales remiten a algo más allá del tiempo y del azar.

Los ironistas liberales son personas que entre esos deseos imposibles de fundamentar incluyen sus propias esperanzas de que el sufrimiento ha de disminuir, que la humillación de seres humanos por otros seres humanos ha de cesar.

Uno de mis propósitos en este libro es sugerir la posibilidad de una utopía liberal: una utopía en la cuál el ironismo, en el sentido pertinente del término, sea universal. Una cultura postmetafísica no me parece más imposible que una cultura postreligiosa, e igualmente deseable.

En mi utopía……. “No se la ha de alcanzar por medio de la investigación, sino por medio de la imaginación, por medio de la capacidad imaginativa de ver a los extraños como compañeros en el sufrimiento. La solidaridad no se descubre, sino, se crea, por medio de la reflexión. Se crea incrementando nuestra sensibilidad a los detalles particulares del dolor y de la humillación de seres humanos distintos, desconocidos para nosotros. Una sensibilidad incrementada hace más difícil marginar a personas distintas a nosotros.

Este proceso de llegar a concebir a los demás seres humanos como “uno de nosotros”, no es tarea de una teoría, sino de géneros tales como la etnografía, el informe periodístico, los libros de historietas, el drama documental, y especialmente la novela…….Esa es la razón por la cuál la novela, el cine y la televisión poco a poco, pero ininterrumpidamente, han ido reemplazando al sermón y al tratado como los principales vehículos de cambio y de progreso moral.

En mi utopía ese reconocimiento esa sustitución sería objeto de reconocimiento del que aún carece. Ese reconocimiento sería parte de un giro global en contra de la teoría y hacia la narrativa. …..Ese giro equivaldría a un reconocimiento de lo que llamo “la contingencia del lenguaje”: el hecho de que no hay forma de salirse de los diversos léxicos que hemos empleado, y hallar un meta léxico que de algún modo de cuenta de todos los léxicos posibles, de todas las formas posibles de juzgar y de sentir.

…. Y lo que es más importante, consideraría la realización de utopías y la elaboración de utopías ulteriores, como un proceso sin término, como realización incesante hacia la libertad, y no a la convergencia hacia una Verdad ya existente.



Primera Parte
Contingencia

Capítulo Uno
La Contingencia del Lenguaje

Para entender mejor este primer capítulo, separemos por una lado, el análisis de Rorty sobre los últimos doscientos años de historia de la filosofía vista desde la óptica del lenguaje y por otro, su enfoque a la filosofía del lenguaje y cuyo referente es Donald Davidson.

Sobre la Historia de la Filosofía

La revolución francesa demostró que la totalidad de léxicos de las relaciones sociales y la totalidad del espectro e las instituciones sociales, podían modificarse de la noche a la mañana. En ese tiempo, en el cual la imaginación de Europa se adueña de la idea de que la verdad es algo que se construye en vez de algo que se halla y en ese terreno los utopistas políticos fueron regla más que excepción dentro de los intelectuales, sueñan con la idea de crear una sociedad hasta entonces desconocida, dejando a un lado cuestiones referentes a la voluntad de Dios y a la naturaleza del hombre.

Paralelamente los románticos reclaman para el arte, el lugar que tradicionalmente en la cultura había ocupado la religión y la filosofía, el lugar que la ilustración había reclamado para la ciencia.

Ahora esas dos tendencias han aunado esfuerzos y han alcanzado la hegemonía cultural.

Para los intelectuales contemporáneos muchas de las cuestiones sobre las cuales actualmente se debate referente a: fines frente a medios, el sentido de la propia vida y la comunidad; entran en el terreno o del arte o de la política, o de las dos; donde la filosofía, la religión y la ciencia quedan fuera.

Este desarrollo ha conducido a una escisión dentro de la filosofía: unos filósofos son fieles a la ilustración y su ciencia; y ven a la lucha entre ciencia y religión o razón o sin razón, completamente vigente; y otros o todas aquellas fuerzas que dentro de la cultura conciben la verdad como una cosa que se encuentra más que una cosa que se halle. Estos últimos filósofos, alineados con los utopistas políticos y con los artistas innovadores, consideran que la ciencia no es más que un sirviente de la tecnología que no nos enseña ninguna lección moral.

El idealismo alemán y particularmente Kant y Hegel, al rechazar la idea de que la verdad está “ahí afuera”, se quedaron a mitad de camino. Querían ver la ciencia empírica como un mundo hecho y la materia como algo construido por la mente.
Entendieron la mente, el espíritu, las profundidades del yo humano, como cosa que poseía la naturaleza intrínseca; una naturaleza que podía ser conocida por medio de una superciencia no empírica denominada filosofía. Ello quería decir que sólo la mitad de la verdad, la mitad inferior, científica, era una verdad hecha. La verdad más elevada, la verdad referente a la mente, el ámbito de la filosofía, era aún un objeto de descubrimiento y no de creación.

Ellos no fueron capaces de concebir la inexistencia de una naturaleza intrínseca tanto para la mente como para la materia-

Luego Rorty va a continuar esta discusión en donde las posiciones filosóficas anteriormente enunciadas, se amplían siendo su herramienta de análisis los léxicos utilizados. El siguiente párrafo permite concretar la discusión:

Puedo resumir esto reformulando lo que, a mi modo de ver, llegaron a ver hace dos siglos los revolucionarios y los poetas. Lo que se vislumbraba al final del siglo XVIII era la posibilidad de hacer que cualquier cosa pareciese buena o mala, importante o insignificante, útil o inútil, redescribiéndola. Aquello que Hegel describe como proceso del espíritu que gradualmente se vuelve conciente de su naturaleza intrínseca, puede ser descrito más adecuadamente como el proceso por el cual las prácticas lingüísticas europeas cambian a una velocidad cada vez mayor. El fenómeno que describe Hegel es el de un número cada vez mayor de personas que ofrecen redescripciones más radicales de un mayor número de cosas que antes; el de personas jóvenes que atraviesan media docena de cambios en su configuración espiritual antes de alcanzar la adultez. Lo que los románticos expresaban al afirmar que la imaginación, y no la razón, es la facultad humana fundamental, era el descubrimiento de que el principal instrumento de cambio cultural es el talento de hablar de forma diferente más que el talento de argumentar bien. Lo que los utopistas políticos han percibido desde la Revolución Francesa no es que una naturaleza humana subyacente y perenne hubiese estado anulada o reprimida por instituciones sociales “innaturales” o “irracionales”, sino que el cambio de lenguajes y de otras prácticas sociales puede producir seres humanos de una especie que antes nunca hayan existido. Los idealistas alemanes, los revolucionarios franceses y los poetas románticos tenían en común la oscura percepción de que seres humanos cuyo lenguaje cambió de forma tal que ya no hablaban de sí mismos como sujetos a poderes no humanos, se convertían con ello en un nuevo tipo de seres humanos.

Luego de este resumen hay tres párrafos que amplían el pensamiento de Rorty y son los siguientes:

La dificultad que afronta un filósofo que, como yo, simpatiza con esa idea; y que se concibe a si mismo asistente del poeta antes que del físico, es evitar la insinuación de que aquella idea capta algo que es correcto, que una filosofía como la mía corresponde a la forma de ser realmente de las cosas.

…... Raramente una filosofía interesante consiste en el examen de los pros y los contras de una tesis. Por lo común es implícita o explícitamente una disputa entre un léxico establecido que se ha convertido en un estorbo y un léxico nuevo y a medio formar que vagamente promete grandes cosas.

Este último “método” de la filosofía es igual al “método” de la política utópica o de la ciencia revolucionaria (como opuestas a la política parlamentaria o a la ciencia normal). El método consiste en volver a describir muchas cosas de una manera nueva hasta que se logra crear una pauta de cultura lingüística que la generación en ciernes se sienta tentada a adoptar, haciéndoles así buscar nuevas formas de conducta no lingüística: por ejemplo, la adopción de un nuevo equipamiento científico o de nuevas instituciones sociales….

Sobre el Lenguaje

De acuerdo con mis propios preceptos, no he de ofrecer argumentos en contra del léxico que me propongo sustituir. En lugar de ello intentaré hacer que el léxico que prefiero se presente atractivo, mostrando el modo en que se puede emplear para describir diversos temas. Más específicamente, en este capítulo describiré la obra de Doblad Davidson en el terreno de la filosofía del lenguaje como la manifestación de una buena disposición para excluir la idea de una “naturaleza intrínseca”, una buena disposición para hacer frente a la contingencia del lenguaje que empleamos.

En los capítulos posteriores intentaré mostrar el modo en que le reconocimiento de esta contingencia nos lleva a reconocer la contingencia de la conciencia, y el modo en que ambos reconocimientos nos conducen a una imagen del progreso moral e intelectual como historia de metáforas cada vez más útiles antes que como una comprensión cada vez mayor de cómo son las cosas realmente.

Comienzo, en este primer capítulo, con la filosofía del lenguaje porque deseo examinar las consecuencias de mi afirmación de que solo las proposiciones pueden ser verdaderas, y de que los seres humanos hacen las verdades al hacer los lenguajes en los cuales se formulan las proposiciones. Me centraré en la obra de Davidson porque es el filósofo que más a hecho por explotar esas consecuencias. El tratamiento que Davison hace de la verdad se enlaza con el tratamiento del aprendizaje, que rompe completamente con la noción del lenguaje como algo que puede mantener una relación de adecuación o de inadecuación con el mundo o con el yo. Porque Davison rompe la noción de que el lenguaje es un medio: un medio o de expresión o representación.

Aquí se presenta una discusión sobre el ser humano su yo, sus creencias y deseos, el racionalismo como relación entre la realidad y la razón. La imagen del sujeto y del objeto. Sobre esta discusión, un párrafo, que resume la misma es el siguiente:

En esa imagen tradicional del sujeto y del objeto, imagen que el idealismo intentó, sin éxito sustituir y que Nietzsche, Derrida, James, Dewe, Goodman, Sellers, Putman, Davidson y otros han intentado sustituir sin enredarse en las paradojas de los idealistas.

Una fase de este esfuerzo de sustitución consistió en el intento de colocar “lenguaje” en lugar de “mente” o de “conciencia”, como medio a partir del cual se construyen las creencias y los deseos, como tercer elemento mediador entre yo y el mundo. Se pensó que este giro en dirección del lenguaje constituía un paso progresivo de adaptación. Se creyó que era así porque parecía más fácil dar una explica causal de la emergencia, en el marco de la evolución, que dar una explicación metafísica de la emergencia de la consciencia a partir de lo no conciente. Pero en si misma esa sustitución es ineficaz. Porque si persistimos en la imagen del lenguaje como un medio, como algo que está entre el yo y la realidad no humana, con la que el yo procura estar en contacto, no habremos hecho progreso alguno….

Otro párrafo importante:

Necesitamos librarnos de ese proceso pendular. Davidson nos ayuda a hacerlo. Pues él, precisamente, no concibe el lenguaje como un medio de expresión o representación. Por eso deja a un lado la idea que tanto el yo como la realidad posean una naturaleza intrínseca, una naturaleza que esté ahí afuera a la espera de que se la conozca. La concepción del lenguaje sostenida por Davidson no es ni reduccionista ni expansionista….

¿Qué es el lenguaje?

“Davidson nos permite descubrir la historia del lenguaje y por lo tanto la historia de un arrecife de coral, las viejas metáforas se están desvaneciendo constantemente en la literalidad para pasar a servir de base y contraste de metáforas nuevas. Esta analogía nos permite concebir a “nuestro lenguaje”, esto es el de la ciencia y la cultura de Europa del siglo XX, como algo que cobró forma a raíz de meras contingencias. Nuestra lenguaje y nuestra cultura no son sino una contingencia, resultado de miles de pequeñas mutaciones que hallaron un casillero (mientras muchísimas otras no hallaron
ninguno), tal como son las orquídeas y los antropoides”.

En esta parte Rorty plantea sus argumentos basados en distintos autores que estudian el problema del lenguaje, siempre manteniendo como “el referente” del análisis a Donald Davidson.

Una vez que tenemos claro la idea que Davidson tiene sobre el lenguaje vale incluir el pensamiento de Rorty sobre el tema:

De acuerdo con la concepción que estoy proponiendo, la afirmación de que una doctrina filosófica “adecuada”, debe contemplar también nuestras instituciones, es una consigna reaccionaria, una consigna que supone una petición de principio. Porque para mi concepción es esencial que no tengamos una conciencia prelingüística a la que el lenguaje deba adecuarse, que no hay una percepción profunda de cómo son las cosas, percepción que sea tarea de los filósofos llevar al lenguaje. Lo que se describe como una conciencia, es una disposición de venerar el lenguaje de nuestros ancestros, a venerar los cadáveres de unas metáforas….

Continuará