lunes, 16 de febrero de 2009

ACTOS POLÍTICOS

Por Yolanda Vega
29 de Junio 2007
A lo largo de este semestre hemos estudiado nueve autores y sus elaboraciones teóricas sobre filosofía política. Partimos de Platón para quien hay una muy profunda implicación entre política y ética, de manera que los dos son conceptos inseparables. En Platón, el sentido de la política es la búsqueda del bien supremo para mantener el desarrollo de la sabiduría, que es en último término la felicidad. Bien y felicidad que remiten a la metafísica, a algo más allá de las apariencias humanas. El mejor gobernante sería el filósofo. Platón defiende la aristocracia, el gobierno de los mejores como forma óptima de gobierno en lugar de la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía. Plantea que todas las formas de gobierno se corrompen, y que no existe un modelo ideal de gobierno que haya existido y funcionado. En Aristóteles la finalidad de la política tampoco está separada de la ética elevando aún más que en Platón la noción de justicia como facultad y finalidad tácita en la política. Las formas de gobierno son monarquía, aristocracia, república, que degeneran en tiranía, oligarquía, democracia. Para Aristóteles, al igual que para Platón, la mejor forma de gobierno es la Aristocracia. En los dos autores, política se circunscribe a vida en la polis, la ciudad estado griega. La actividad política no incluye mujeres, niños, esclavos ni extranjeros. De modo que el acto político en los dos es la participación en la polis por parte de aquellos quienes tienen la posibilidad de hacerlo, dada por el hecho de ser hombres, tener sus necesidades materiales cubiertas, haber nacido en esa polis y no ser extranjeros, y tener la cualidad humana del razonamiento y la palabra.

En Maquiavelo se separan política y ética, pensándose la política como estrategias de adquisición y mantenimiento del poder. De modo que política es un campo aparte, con el objetivo único del poder pero ya no con la búsqueda del bien o la felicidad. El acto político en este autor es la habilidad de convencer para obtener y conservar el poder. Luego para Hobbes lo más importante es el orden, la jerarquía monárquica como sistema político que garantice el funcionamiento efectivo de la administración económica priorizada sobre cualquier otra dimensión de lo humano. El estado de guerra, la ley natural, el contrato, el poder absoluto del soberano caracterizan la teoría de Hobbes.

Para Locke (1690) el estado de naturaleza, regido por la racionalidad natural que dicta el natural derecho a la conservación y por lo tanto a la propiedad privada. División de poderes. El aparecimiento del contrato social tiene el sentido de regular la asociación humana con el fin de asegurar el derecho a la propiedad y la seguridad económica.

Para este punto lo humano en el sentido de lo particular, lo propio al ser humano, diferente a lo animal y al instinto gregario animal para el fin máximo de la supervivencia, se ha perdido. En estas concepciones predomina lo práctico, lo funcional y se ve un casi completo desaparecimiento de lo estético, lo imaginativo, la vida interior del sentimiento y la fantasía. El ser humano de Locke es un acumulador de propiedad privada y seguridad económica. Acto político en Locke es el orden, el respeto que conserva el contrato social y la actividad que genera propiedad de cada miembro de la sociedad. El siguiente autor que vimos fue Rousseau en quien se ve un movimiento hacia priorizar la vida subjetiva, interior, romántica, natural y otro hacia la decisión de vivir en comunidad renunciando voluntariamente a una parte de sus beneficios para garantizar el bien común en la vida en sociedad. Hay entonces alguna intención de integrar en la dimensión política algo del carácter afectivo de la ética más allá de la funcionalidad, la eficiencia, la eficacia pragmática del contrato social. El acto político en Rousseau es la creación del contrato social, en la cual todos son activos y cuya consecuencia principal en la Revolución Francesa muestra hasta ahora el cambio en el paradigma de la responsabilidad personal asumida en el gobierno de todos. Tras Rousseau, estudiamos Hanna Arendt, en un salto en el tiempo, de 1789 a 1958 quien diferencia acción política como el único espacio en verdad humano, a diferencia de labor y trabajo. Destaca la diferencia entre mundo privado y mundo público, político. En Arendt el acto político, retomando el sentido original griego, es exclusivamente humano y es el espacio de la política entendida como el espacio de relación con los otros, caracterizado por la posibilidad de discusión, cuestionamiento, reflexión y persuasión en base a la palabra y la acción en profundo contraste con el espacio privado, familiar en el cual la jerarquía impide el cuestionamiento. Entonces estudiamos a Rawls y finalmente a Habermas. Rawls prioriza el procedimiento sobre el contenido. Plantea la teoría de la justicia como equidad y como imparcialidad y para esto el principio de libertad y el de diferencia. La sociedad es, para Rawls, un sistema equitativo de cooperación, en el cual se aplican los términos equitativos y en el cual las personas deben concebirse como libres e iguales. Más que acto político, la mejor solución política para Rawls sería cooperar siguiendo unos criterios de equidad, que todos, como libres e iguales, puedan (y deseen) públicamente refrendar.

El último autor estudiado ha sido Habermas y teoría de la acción comunicativa más allá de la acción instrumental o el estado democrático de derecho en términos de la teoría del discurso. Retomando la vigencia del universalismo de las ideas de la Revolución Francesa, apuesta por la institucionalización de iguales libertades en el estado de consciencia de la acción histórica. Estado caracterizado por “la disponibilidad a la acción y la orientación político-moral hacia el futuro”.[1] El Estado democrático de derecho se convierte en proyecto (el cual, a la vez que resultado, es también un catalizador acelerante) de una racionalización del mundo de la vida que apunta mucho más allá de lo político. Único contenido del proyecto es la institucionalización gradualmente mejorada de procedimientos de formación racional de la voluntad colectiva, los cuales no pueden prejuzgar las metas concretas de quienes se implican en ellos.”[2] Los actos políticos son en este autor, productos de la dinámica cultural de vanguardias formadoras de opinión, desde donde se buscaría entender la soberanía popular como un producto cultural, siempre que estos discursos tengan una participación extensa y activa, “a la vez diseminante y dispersante”, la cual a su vez exige el trasfondo de una cultura política igualitaria.

Decir que cada pensador es producto de su época, de sus características locales culturales, sus circunstancias, su historia y su tiempo, no dice mucho sobre filosofía política. Señalar el momento en el que se diferencia política de ética, implica un deseo de preguntar por el sentido, más allá del funcional, de esta separación. Encontrar las relaciones directas entre el concepto de lo político en Rawls a partir de Locke puede ser un ejercicio interesante. Comparar los diferentes conceptos de política, los cambios implícitos en el concepto de ser humano para cada época y cada planteamiento me parece largo e interminable. Me pregunto, ¿Dónde, en qué momento, se separó la pregunta por el ser de la pregunta por el cómo, ¿Cómo hacer mejor el acto político? ¿Qué sería, además, el acto político?

Como ya se dijo antes, en Platón y Aristóteles, la política es la actividad más importante de los ciudadanos en la polis, actividad que está basada en la palabra, la persuasión, el discurso según Hanna Arendt, para quien la política es la actividad de la relación con los otros, es el espacio de intercambio de ideas, muy diferenciado del mundo familiar o doméstico en el cual la palabra tiene menor importancia y la jerarquía es incuestionable. En el mundo político, precisamente es la posibilidad de cuestionamiento lo más destacable.

Acto en psicoanálisis es una acción consciente, que tras ser analizada, razonada, pesada en sus consecuencias, decidida y llevada a cabo, produce un cambio en el sujeto, en su posición interna y en sus circunstancias externas: “El acto inaugura siempre un corte estructurante que permite a un sujeto reencontrarse, en el “après-coup”, radicalmente transformado, distinto del que había sido antes de este acto.”[3]

Un acto político podría pensarse, desde la teoría psicoanalítica hacia la filosofía política, como un acto que cambia algo en la esfera de lo público y a la vez en la esfera de lo subjetivo.
Tomo de Zizek el concepto de acto propiamente político, quien a su vez lo toma de Rancière para hacer una lectura psicoanalítica que me es alcanzable, e interesante.

Acto político es el acto en el cual la no-parte, la parte que debe ocupar el no- lugar, no ser vista, no participar, no contar en el todo social, pide reconocimiento, se apropia, se responsabiliza y exige o pide ser reconocida como existente. Contemporáneamente se diría que se visibiliza. (Aunque el acto va más allá de lo que se ve, más allá de la imagen y lo imaginario).
“es un fenómeno que apareció por primera vez en la antigua Grecia, cuando los miembros del demos (es decir, las personas que no tenían ningún lugar firmemente determinado en el edificio social jerárquico) exigieron que se los escuchara contra quienes ejercían el poder y el control social.”[4]

De modo que el gesto elemental de politización es “la identificación de la no-parte con el todo, de la parte de la sociedad sin ningún lugar adecuadamente definido en su seno (o que se resiste a ocupar el lugar subordinado que se le asigna) con lo universal, y que es discernible en todos los grandes acontecimientos democráticos, desde la revolución francesa hasta el derrumbe del socialismo real en Europa.”[5]

Esto implica que política se entienda como democracia: como un pedido o una exigencia de reconocimiento de legitimidad, pertenencia e inclusión del demos griego o sus subrogados actuales al todo social, y que lo antidemocrático sea la despolitización, la exclusión, la negación de pertenencia de una parte al todo social, la exigencia de que “las cosas vuelvan a la normalidad y cada uno se dedique a su tarea.”[6]

Entonces, para Zizek, los rasgos fundamentales del acto político están por un lado en la exigencia o pedido de un sector de ser reconocido, admitido, legitimado como parte de un todo social, pedido que visibiliza a una parte antes no vista, no visible que no tiene un lugar o debe tener un no-lugar de participación en el juego que sobre sus circunstancias las otras partes juegan, deciden. Pedido que puede o no significar violencia en su manera. Con su presencia antes ausencia, por otro lado, se desencadena un reacomodo, un ajuste, un cambio en el esquema y el funcionamiento total, lo que produce un trauma, que entendido desde el psicoanálisis, es la presencia, imposible de simbolizar, de un real que provoca precisamente un impacto. Y ante el cual, para Zizek, la filosofía política se presenta como un mecanismo defensivo que busca devolver o recuperar la estabilidad. De modo que el acto político auténtico es la presentificación invasiva, imposible de un núcleo de lo real traumático, potencialmente desestabilizador y por tanto amenazante a la organización dada, que puede acarrear violencia estructural.

Ante este aparecimiento de lo real, los mecanismos de defensa (la filosofía política) utilizados son negación y renegación en cuatro formas:
“1. La arquepolítica: los intentos “comunitarios” tendientes a definir un espacio tradicional cerrado, homogéneo, orgánicamente estructurado, sin ningún vacío que permita la emergencia del acontecimiento-momento político.
2. La parapolítica: el intento de despolitizar la política (de traducirla a la lógica de la policía), se acepta el conflicto político, pero reformulándolo como una competencia, dentro del espacio representacional, entre las partes/agentes reconocidos, que luchan por la ocupación (temporaria) de lugar del poder ejecutivo.
3. La metapolítica marxista (o socialista utópica): el conflicto político se afirma sin reservas, pero como un teatro de sombras en el cual se despliegan acontecimientos, cuyo lugar propio está en “otra escena” (la de los procesos económicos), la meta final de la “verdadera” política es entonces su autocancelación, la transformación de la “administración del pueblo” en la “administración de las cosas”, en le seno del orden de la voluntad colectiva, racional y perfectamente transparente para sí mismo.
4. La cuarta forma, la versión más astuta y radical de la renegación (no mencionada por Rancière) es lo que me siento tentado de denominar ultrapolítica: el intento de despolitizar el conflicto, llevándolo a un extremo por medio de la militarización directa de la política, reformulándolo como la guerra entre “nosotros” y “ellos”, nuestro “enemigo”, sin ninguna base común para el conflicto simbólico; es profundamente sintomático que, en lugar de lucha de clases, la derecha radical hable de guerra de clases (o de los sexos).”[7]
La filosofía política es en este sentido un intento de domesticar, dominar, controlar para poder manejar, la dimensión traumática de lo propiamente político, suspender el potencial desestabilizador de lo político, denegarlo, regularlo o ambas cosas.
De manera que la filosofía política, para Zizek, sería la especie de mecanismo de defensa, frente al auténtico sentido político en sí, que sería la aparición de un núcleo real que tiende a desestabilizar o a destruir para cambiar el orden simbólico precedente. Y de ahí se podría extender a la dimensión normativa de la filosofía política como defensiva. Y a la despolitización, que, sería cada acción dedicada a evitar el conflicto, el antagonismo, y conservar la impresión de quietud, orden y estabilidad del sistema social.

En estos días he asistido a dos diferentes eventos organizados por dos diferentes instituciones el uno sobre la ley de educación sexual y el otro dedicado a la promoción de los derechos humanos de las mujeres. En los dos he escuchado sobre los aspectos legales, psicológicos, éticos, filosóficos, ideológicos de estas intenciones de dar vigencia a los derechos. Sin entrar en más detalles ni pormenores, se me presentan preguntas acerca de las posibilidades y las razones para trasplantar derechos mediante decretos, acuerdos y convenciones que representantes de países firman en un momento dado. Una primera lectura de esto, sería que se reúnen las personas, conversan, dialogan, se comunican, se escuchan y apelando a la razón acuerdan lo que es conveniente y beneficioso para todos los involucrados, directa o indirectamente, presentes y ausentes, en relación a los temas tratados. Pero esta interpretación me parece ingenua, superficial e incompleta. Pienso, ¿Se pueden importar/exportar los derechos? ¿Qué se importa con/en los discursos oficiales? ¿Son trasplantables, comercializables, susceptibles de mercadeo los procesos históricos o sus resultados? ¿Es o fue el contrato social, un exitoso producto mercadeable? De la misma manera que el mercado de los celulares, ¿Hay mercado de ideología?
Buscando aterrizar en el tema de la filosofía política, me planteo ¿si la política, como teoría y como aplicación, y los actos políticos en sí, son mercadeables,[8] susceptibles de ser propuestos y tratados como productos, promocionados, publicitados, puestos un precio, ubicados en plazas para su distribución, y si cuando se agota el stock, se provee al mercado de novedades?


BIBLIOGRAFÍA


Chemama Ronald y Vandermersch Bernard, Diccionario del psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 2004.


Zizek Slavoj, El espinoso sujeto, el centro ausente de la ontología política, Paidós, Buenos Aires, 2001.


Copias de la clase.
[1] Habermas, Facticidad y Validez, p. 593
[2] Idem p. 615
[3] Chemama y Vandermersch, Diccionario del Psicoanálisis, p. 3
[4] Zizek, El espinoso sujeto, p 201 y 202
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] Ibid. p. 204, 205 y 206.
[8] Comerciables y negociables tiene otro sentido. Mercadeable en ser objeto de mercadotecnia, tratado como un producto más del mercado.